Las Anécdotas de Quevedo. Parte 1.
Según dejaron constancia los escritos propios y ajenos, nuestro genial escritor del Siglo de Oro nos dejó una gran cantidad de divertidas historias que fueron prueba de su agudo ingenio y que hoy descubriremos juntos en este post sobre las anécdotas de Quevedo.
Quevedo (1580-1645), el maestro conceptista del Siglo de Oro, fue el escritor más polémico de sus tiempos. En plena lucha por pasar a ser el mejor escritor en lengua castellana de la historia, Quevedo encontró una importante fuente de inspiración en el enfrentamiento contra otros grandes escritores con los que se disputaba el trono. También lo hizo a través de las divertidas vivencias en las que se vió obligado a hacer muestra de su agudo ingenio y que hoy conocemos como las anécdotas de Quevedo.
Archiconocido es el que tuvo contra el cordobés Luis de Góngora (1561-1627) máximo exponente de la corriente culterana que tanto se oponía al estilo simple, preciso e ingenioso del díscolo escritor.
Lamentablemente no tenemos líneas suficientes para explicar como se merece esta enemistad, pero os invitamos a conocer los detalles de esta visceral enemistad en nuestro Free Tour Barrio de las Letras . No os imagináis hasta dónde llegaría el odio entre estos dos.
Hoy os contaremos otras anécdotas de Quevedo que no son tan conocidas pero que son pura muestra del vivo ingenio de nuestro genial escritor.
La anécdota de la calle del Codo
Cuenta una de las anécdotas de Quevedo que en esta tranquila calle del Peñíscola de los Austrias que une la plaza del Conde de Miranda con la preciosa Plaza de la Villa, Quevedo estableció su cuartel general para orinar cada vez que salía de juerga por los cercanos bares de la zona. La tranquilidad y estrechez de la calle, o quizá simplemente las ganas de molestar, hizo que cada vez que salía de fiesta, que no era en pocas ocasiones, eligiese la puerta de un vecino de esta calle para tal menester.
Cansado de aquella situación que se repetía más mañanas de las que le gustaría, el vecino va a ingeniar un plan para ponerle fin. Y para ello, en el lugar en el que “aquel desgraciado” orinaba, dibujará una cruz. ¿Su idea? Que cuando fuese orinar en la puerta de su casa, al ver el símbolo de Dios, aquel incívico reprimiera sus escatológicas intenciones.
Al llegar la noche siguiente y con el fin de la fiesta, Quevedo se dirigió a su rincón favorito de la calle del Codo a practicar su ritual. Al llegar, observó sorprendido cómo alguien había tenido el detalle de ponerle una diana con la que practicar su puntería. Así que, agradecido, probará su habilidad y se irá a casa a descansar.
A la mañana siguiente, el vecino se despierta impaciente, deseoso de ver si su genial estrategia había tenido resultado. Así que a toda prisa sale de la cama, abre la puerta de la casa y…¡sorpresa! Allí estaban los buenos días de Quevedo esperándole.
Tras maldecir furioso su destino, se recompondrá, y reideará su estrategia: Ahora acompañará aquella cruz de un cartel en el que se podía leer:
“No se orina donde hay cruces”
Esta vez no dejaba dudas a la interpretación de aquel símbolo. Acabará el día, y el hombre se irá a dormir expectante por que llegara la mañana para comprobar el éxito de su refinada jugada.
Pero nada más concilie el sueño, Quevedo aparecerá ebrio por la calle del Codo en sus decididas intenciones de cada noche. Al llegar a la puerta del vecino se va a encontrar con la nota que le había dejado. Sorprendido, y haciendo un gran esfuerzo por enfocar, que en sus condiciones no era fácil, descifrará el contenido del mensaje. Tras un segundo de duda, decidirá mantenerse fiel a sus originales intenciones y orinar diana y cartel con una generosa micción.
Y una vez descargadas sus primitivas necesidades, decidirá dejarle a aquel desconsiderado vecino una nota de contestación:
“No se ponen cruces donde se orina”.
Jaque mate.
Llamó al Reina Coja…siéndolo él también
Otra de las anécdotas que protagonizó nuestro genial escritor fue la de llamar coja a la mismísima reina de España. Eso sí, con cuidado y sutileza.
Esta historia cuenta que en una de las noches de juerga con sus amigos, y tras una tupida cena en la que no faltaron el vino y la cerveza, afloraron en un momento de bravuconería los retos y apuestas. Y una de ellas salpicó a Quevedo:
– ¡Quevedo! Tú que de cuando en cuando visitas la corte como poeta. A que no tienes lo que hay que tener para llamarle coja a la reina”. Por todo el pueblo era sabido que la reina Isabel de Borbón era coja.
Quevedo se quedó pensativo, y tras uno unos segundos respondió:
– ¿Y qué me das si lo hago?
– Te pagamos otra cena como esta.
Y a riesgo de ser encerrado en prisión por su atrevimiento espetó:
– Hecho
Y así al día siguiente cuando se dirigió a Palacio a su encuentro con los Reyes, se presentó en el trono de la reina portando un clavel en su mano izquierda y una rosa en su mano derecha, y acercándose a ella le dirá:
“Entre este clavel y esta rosa,
Su majestad escoja”
Si no has pillado cómo ganó la apuesta Quevedo, lee de nuevo el poema con cuidado.
Y cómo estas anécdotas de Quevedo, hay muchísimas más. Te invitamos a venirte a descubrirlas en los lugares de la capital en las que estas acontecieron en nuestros free tour Peñíscola . Y es que tratemos la temática que tratemos, ¡siempre se encarga de aparecer!
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